miércoles, 19 de noviembre de 2008

Viajar y confiar

La mayor parte de las veces viajamos para conocer. Conocer un lugar, una persona, otra cultura, un sitio del que nos han hablado, un paisaje y un clima distintos al nuestro. En definitiva, para cambiar de aires, aunque sea por un tiempo definido y, en general, que resulta corto al final del viaje. También para conocer cómo vive otra persona en un situación nueva para ella (y también para nosotros).

Así pues, vaya por delante que viajamos por placer la mayor parte de las veces, puesto que descubrir cosas nuevas y tener curiosidad por ellas es humano. Bien es cierto que hay personas que deben viajar por trabajo. Pero aquí no me ocuparán más que este par de frases.

En el caso que me ocupa diré que conocí a mucha gente a un viaje organizado que duró 25 días. Tuve pues tiempo de disfrutar de ir conociendo gente afín a mí (o yo a ellos). Y, a la vez, tiempo suficiente para conocer bien a más gente. Sí, lo sé. Soy así de sociable y ya no tiene remedio.

Aquel viaje, en un país diferente, con otra cultura, otras raíces. En general, otra mentalidad, otra forma de entender la vida en definitiva. Y, no obstante, con personas (de aquel país o de la otra decena de países que íbamos, también diferentes entre sí) con inquietudes, intereses, actitudes, reacciones similares por y ante determinados aspectos.

Voy a acuñar el dicho: un viaje lleva a otro viaje. Aquel viaje me ha llevado a otro sitio al que ya había ido, pero en condiciones muy distintas (un congreso de estudiantes).

Pero no he viajado sólo yo. Quien me acogía, por su valentía y honradez (y en primer lugar consigo mismo), ha viajado también. Ha agarrado su curiosidad disfrazada de temor cubierta por un manto de inquietud y ha llegado adonde, tal vez (ni él lo sabrá) ha querido llegar.

Después de sincerarse consigo y confiar en mí como amigo y aliado, le pregunté "¿Quieres saciar tu curiosidad?" Nos miramos y sucedió. Enseguida me dí cuenta, incluso al plantear la pregunta, de que no debía ser así. Estaba jugando. Con él y conmigo. Y, después de unos segundos, dije: "No estoy seguro. Lo siento. Es culpa mía." Él dijo que lo sentía más él y yo insistí. Además, creo recordar que añadió, aparte de buenas noches, que ya sabía algo seguro.

Anteriormente le conté mi situación para que se relajara y diera algo más que no lograba poner en palabras. Que había un chico pero que no me emocionaba. Y otro con el que pensaba que no pasaría nada. Que puede que, simplemente, yo pensara demasiado. Y así pudo poner lo que le pasaba por la cabeza en palabras y sincerarse consigo.

No hay nada como tener a alguien con el que puedes hablar de todo. Incluso de inquietudes y miedos que ni siquiera te has dicho a tí mismo en voz alta. Nada como entender que esa persona te escucha y te comprende. Como saber que no espera nada a cambio y que un momento de sinceridad une más que muchas cañas. Que no espera ninguna ventaja y que te aconseja con toda su buena intención.

Las circunstancias logran muchas cosas. Pero alguien debe dar un paso para favorecer lo que busca o lo que cree que busca o espera encontrar si desplaza 'el centro de gravedad' de aquellas unos grados a babor o a estribor. Alguien debe arriar las velas y dejarse mecer por el viento o ir en su busca.

Si uno espera que le arrien las velas puede que nadie lo haga. O puede que lo haga cuando menos te lo esperes. Le pregunté a quien me acogía si había hecho o dicho algo que le hubiese hecho pensar 'de más'. Pero dijo que no. Simplemente era alguien en quien podía confiar y que no estaba ahí todos los días para recordarle su confesión con su presencia.

Hay viajes que unen. Y éste ha sido el segundo que nos ha unido.

No hay comentarios: