jueves, 15 de abril de 2010

Confianza

Érase una vez un niño con el que los demás niños se metían. Le pegaban. Le insultaban. Se reían de él. Los profesores sabían que ese niño no tenía amigos. Además algunos sabían que otros niños le amenazaban. Incluso algunos profesores se burlaban de él, delante de sus compañeros o no.

Un día ese niño tomó una decisión: no contaría nada a nadie. Sería incapaz de transmitir sus emociones a los demás. Sería un baúl lleno de secretos. Se mostraría contento, feliz, risueño, incluso despreocupado cuando las dudas y los miedos le atenazaran. Los demás no sabrían lo que él pensaba, ni lo que él sentía.

También mentiría... bueno, mentir es una palabra tan fuerte... También escondería esta verdad a sus padres. A ellos les diría que se encontraba bien. Así que bajaría a jugar al parque, con los demás niños, para que sus padres no se preocuparan. Aunque no jugara (pues no puede decirse que tuviera amigos) y bajar le costase más burlas y risas.

Pero no importa, él se está haciendo una coraza y saber que los demás no saben lo que le pasa por la cabeza le gusta. Además les observa y sabe cómo son realmente. Aprende lo que quiere y lo que no quiere ser o cómo no quiere ser. Y cada vez la coraza es más y más grande. Y lo que dicen de él no le importa.

Aunque pasados los años hace buenos amigos, le cuesta abrirse. ¿Cómo va uno a mostrarse tal cual es si lleva años escondiéndose? Aunque sea a otras personas que nunca se hayan burlado de nosotros, es difícil. Pero es posible. La confianza en esos buenos amigos hará posible despreocuparse de burlas de gente que, sencillamente, no merece nuestro aprecio.

Y la próxima vez que alguien le menosprecie, en vez de arrugarse cual oruga, sabrá ignorar esas burlas porque se dará cuenta de que no son verdad. Sabrá que se trata de maledicencias que los que se creen mejor lanzan a aquellos que ven indefensos para ocupar su tiempo. Sabrá hacer que le resbalen lo que otros que no le conocen digan de él.

Esta superación se debe en parte por la confianza en uno mismo y en parte a que se haya abierto a esos buenos amigos y a sus padres, los cuales le habrán dicho cosas buenas cuando se las merecía y le habrán llamado la atención si así fuera necesario.

Le habrán orientado, aconsejado, para que ante una determinada situación, pudiera saber de las experiencias de esas personas de confianza y establecer una forma de actuar. Incluso le habrán castigado si hubiese actuado mal para que recapacitara. Pero no por sistema, como hacían sus compañeros del colegio.