domingo, 8 de noviembre de 2009

Noticias

No, no voy a contar cómo han sido los últimos veinte años de Alemania o qué provincias están en alerta en España o si la Cámara de Representantes de EEUU ha aprobado la reforma sanitaria.

Recibir noticias de una amiga que está a cinco mil kilómetros siempre es alegre. Que te cuente su día a día cuando hace casi un año que no la ves y hace seis meses que está a esa distancia. Que te cuente sus problemas y que te pida consejo, sean de la naturaleza que sean. Que te hable de cómo está su familia y las nuevas amistades que ha ido haciendo. Así como recuerde los amigos con los habéis compartido fines de semana muy intensos.

Al mismo tiempo, aunque sea en dos días, volveré a escribirle otro correo igual de largo y tan sentido como el suyo. Con mi día a día, con mis últimos problemas (hace mes y medio de mi último correo). Con mis sueños, con mis dudas. Pidiéndole también consejo y dándole los que creo oportunos para ella. Y mandándole otro beso enorme, por supuesto.


Otra amiga está más cerca: a poco más de mil kilómetros. Pero ella no está con su familia y sólo lleva un mes fuera de casa. La veré esta semana, pues tiene unos días de vacaciones. Es una de esas amigas con las que tuve confianza, como con la anterior, desde el primer momento. Además, ambas están al tanto de mis anhelos más profundos.

La comunicación entre nosotros es mediante otro idioma a medio camino entre su país y el mío, aunque el castellano lo habla cada vez mejor. Espero me cuente su nueva vida en una ciudad tan famosa como París. Mientras, yo le hablaré de lo poco que ha cambiado ésta, pues ya ha estado varias veces. La última, a primeros de septiembre.


Y no hace ni veinte minutos que he recibido noticias de otra amiga que estará en España en una semana por seis días y a la que es muy difícil que pueda ver. Con ella hablo más a menudo, la verdad, y también en el mismo idioma que con la anterior. Esto no es un dificultad, por mucho que no sea mi lengua materna, pues digamos que es la suya a medias. Y sobre todo no es una dicultad porque los sentimientos son universales.

Ni que decir tiene que dado que hablamos más a menudo, y compartí un par de semanas inolvidables en su país hace más de un año, y ella conmigo a finales de agosto otro par de días inolvidables; los sentimientos, que ella bien conoce tras confesárselos dos veces (en su país y hace tres semanas), están a flor de piel. Ganas me dan de liarme la manta a la cabeza y acudir presto a verla. Aunque sea para medio día. [Aunque en la ciudad a la que va esta tecera amiga tengo una cuarta que trasladó allí su expediente y que ya me ha preguntado cuándo voy a verla...]

martes, 3 de noviembre de 2009

Emoción

Alguna vez nos habremos visto implicados en algo que nos emocione. Algunas personas emocionan. Una obra de teatro en vivo. Una película (por su música, las miradas de los protagonistas, su historia, ...).

Pero que me emocione un libro hasta el punto de tener que cerrarlo y dejarlo sobre la mesa vuelto del revés sólo me ha pasado dos veces en mi larga trayectoria de lector -que empieza desde que tengo memoria-.

Este fin de semana acabé un libro, no sin cierto pesar, cuya historia era muy dura y al mismo tiempo muy bonita. Mi hermano, viéndome llorar como si nada y tal vez con cierto aire melancólico, me preguntó que qué me pasaba. Le dije:
en este libro hay muchas cosas que asimilar
Pero te las cuentan sin clichés. Sin trucos fáciles. Y me vi en varias ocasiones en ese punto en el que me era necesario soltar el libro, pese a las ganas de seguir leyendo, y tomar aire.

Este libro narra la historia de una niña que se ve obligada a ser dada en adopción. Un detalle: Alemania, 1939. Ya podéis imaginar varias razones -todas muy poderosas- para abandonar -no hay otra palabra- a tu hija de 9 años. Pero esto no es más que el comienzo, pues pronto empezará la guerra y a sus (nuevos) padres y a ella, así como a sus amigos, podrá pasarles de todo. La ladrona de libros, del polaco Markus Zusak. Narrado por quien sólo podía hacerlo.


El otro libro con el lloré trataba acerca de un chico que descubre unos sentimientos que le dan miedo y por los que pone en peligro la vida de otra persona. Se llama El viaje de Marcos y es de Óscar Hernández. Y, por lo que leo, ganador del IV Premio Odisea de literatura en el año 2002. Pero no os fiéis de los premios, que hay ejemplos inmerecidos en muchos de ellos.


Ya he cogido otro libro. No me cuesta nada evadirme con historias que sucedan hace cicuenta años o anteayer a diez minutos de mi hogar o a seis mil kilómetros. Lo sé. Y me encanta.