Por segunda vez me lleva una amiga a ver un espectáculo. Una historia también ya contada otras veces como la de El lago de los cisnes y también de distintas formas. Pero en este caso es otra amiga y se trata del teatro Apolo en Madrid.
La adaptación teatral de la obra de Ray Cooney y John Chapman que he visto de Sé infiel y no mires con quién me ha gustado. Diría que, en general, tiene un notable alto.
Casi que en cuanto dijeron cuatro palabras algunos personajes me encantaron, sobre todo el encarnado por Yolanda Arestegui (Diana) así como el de Yolanda Gómez (Adela Sánchez). Pero el trío masculino protagonista tampoco se queda atrás: Jesús Cisneros como Félix (el marido de Diana), Antonio Vico como Carlos Quintana (el socio de Félix) y Aitor Legardón como Oscar (un decorador muy in que contrata Diana).
Mi amiga opina que tardaba en arrancar. Pero yo creo que no: es necesaria, primero, una presentación de los personajes y sus problemas, para enredarlos entonces y resolverlos después. Y así fue. Pudiera parecer simple, pero resulta complejo tener claro cuándo entra uno y sale el otro y no pisarse o pillar en escena a alguien cuando no debes. Parafraseando a la Mommina de Pirandello diré que quizá las entradas, a fuerza de ensayar...
Está claro que la obra es así: ágil, con ritmo y su punto de gracia, sin ser un humor redundante ni poco inteligente. Pero hace falta que los actores expresen con naturalidad, después de hacerlo miles de veces, unos enredos que a veces ni ellos parecen entender cómo han llegado a producirse.
Pilar Massa, la directora, dice en el programa que no se han quedado con las ganas de reponer esta delirante, frenética y divertidísima comedia. Tampoco lo hagan ustedes.
Y ahora, al margen de la obra, un apunte: ¡vendían palomitas! Pero, ¿cuándo se han visto palomitas en el teatro? Será que soy un poco clásico en ese aspecto, pero entrar a un teatro y oler a palomitas no me gustó nada de nada. Que conste que yo compro lacasitos cuando voy al cine. Pero no huelen ni molesto (creo). Menos mal que los que tenía alrededor no habían comprado cotufas (como dicen en Venezuela), ¡qué alivio!
Saludos de un teatrero chocolatero.